martes, 30 de septiembre de 2008

Sueño

Aquel día me desperté con una sensación de desasosiego. Tal vez por el sueño que había tenido. Un mar revuelto, con una grisura casi sólida al que se llegaba desde escarpados precipicios. Dicen que en los sueños, el mar representa tu propia percepción de la vida. Intentaba acercarme a aquel mar de plomo. Bajaba a trompicones, agarrándome a los ralos arbustos de la pared del acantilado. Muerto de miedo. Entretanto, una mujer hacía el mismo trayecto saltando alegremente de roca en roca. Yo miraba atónito su descenso suicida. En el plano siguiente, ella estaba nadando en aquellas aguas inhóspitas. La sensación del sueño me acompañó todo el día. No logré concentrarme en el trabajo. La tarea más nimia se me hacía cuesta arriba. Por la noche, Laura telefoneó para decirme que te habías ido sin dejar rastro. La policía pensaba que se trataba de una desaparición voluntaria. Entonces recordé la cara de la mujer del sueño. Ojos claros, melena negra y pómulos desafiantes. Eras tú, la saltadora de rocas. La que se precipitaba en la vida y nadaba en ella, mientras yo seguía colgado del abismo, aterrado, muerto de miedo. Nunca te había dicho te amo.

miércoles, 14 de mayo de 2008

Lana Turner


Darío hacía como si escuchara. Asentía de vez en cuando sin dejar de mirar a su amigo a los ojos. Pero su mente estaba en otro lugar. Pensaba en la mujer solitaria que venía de vez en cuando por el café. Siempre perfecta. Con ropa y maquillaje de otra época. Hizo una seña al camarero para que rellenara las copas de vino. Entonces la vio entrar. Parecía sacada de una película en blanco y negro. Ocupó una mesa al fondo del local, como solía hacer. Pidió café y abrió el libro. Era como si todos sus movimientos formaran parte de una escena '¿Qué pasa?' '¿Te gusta esa tía rara o qué?', dijo el amigo. Darío se sobresaltó y emitió un gruñido por respuesta. Dio un trago y continuó mirándola. 'Hay algo aterrador en ella', se escuchó decir. 'Está fuera de lugar y lo sabe'. 'Hace el esfuerzo de ponerse su disfraz y venir aquí a absorber un poco de vida'. 'El vino se te ha subido a la cabeza, eso seguro'. 'Tu y tus desvaríos', se burló Martín. Ella debió sentirse observada porque en ese momento se irguió y miró en la dirección de los dos hombres. La taza se tambaleó y un poco de café se derramó sobre una de las hojas de su libro. Martín dio un codazo a Darío '¡Ya está, la tienes en el bote!' Pero ella no le miraba a él, pensó, sino al simple de Martín, siempre sucedía así. Ella se fijó entonces en las manchas marrones que habían dañado la página 207. Intentó secarlas con una servilleta de papel. Pero sabía que no tenía remedio. Esa página ya no sería nunca perfecta. Martín bostezó ¡Vámonos de este antro, me aburro!' No les vio irse. Estaba concentrada en una frase que el café vertido había mancillado: 'If you leave', she said, 'I won't ask you back'.

miércoles, 26 de marzo de 2008

Mirada

La portera de la casa fue la última persona en ver a Rita. En su declaración a la policía, dijo que la había visto subirse a un taxi y que llevaba una maleta pequeña. Rita vivía sola en un ático en el centro de Madrid. En la misma calle tenía una tienda en la que vendía sus propios diseños. El negocio le iba bien. Contaba con una clientela fija que apreciaba el corte austero y elegante de sus prendas. Los clientes fueron los primeros en inquietarse al ver la tienda cerrada y sin ningún aviso. Rita no se había despedido de nadie. No tenía muchos amigos y mantenía una relación distante con su familia. Era una mujer atractiva, morena de ojos claros y unos pómulos que parecían esculpidos en su cara angulosa. En las investigaciones, la policía rastreó los movimientos bancarios de Rita. Comprobó que había comprado un billete de avión a un lugar con nombre impronunciable. Su familia no tenía explicación alguna para aquello. No sabían que tuviera espíritu aventurero. A ella, dijeron, le gustaba su vida cómoda y sin complicaciones. Pero Laura, su amiga más cercana, contó que Rita se había obsesionado últimamente con las noticias sobre la gente que llegaba cada día a las costas españolas en frágiles cayucos. Había pegado en la pared la foto de un chico que recortó del periódico. Estaba tumbado sobre una manta de Cruz Roja. Su mirada perdida, decía Rita, era lo más hermoso que había visto en su vida. El titular de la información decía algo así: El frío y la fuerte marejada no arredran a los sin papeles.

jueves, 6 de marzo de 2008

Dandy

Ayer te vi. Te reconocí a pesar de lo mucho que has cambiado. Caminabas aprisa con las manos en los bolsillos de tu gabardina, mirando al suelo para evitar el azote del viento y la lluvia en la cara. Estabas flaco y avejentado. Pero aún se percibía algo del dandy que fuiste en tu forma de caminar y en el atuendo descuidadamente estudiado. Todo eso pude observar en los segundos en que nos cruzamos en la Gran Vía. No te diste cuenta. Seguías tan ensimismado como siempre. Ya no eres nada para mí pero durante un tiempo fuiste el centro de mi vida. Recuerdo con nitidez el día que descubrí la gran patraña que eras. Nunca me habías permitido entrar en tu estudio donde pasabas las horas encerrado. Era tu templo decías. Yo me tragué todo aquello. Tu fama de artista maltratado, con una obra muy por delante de su tiempo. Tan orgullosa de ti cuando me llevaste a aquella exposición dedicada a tu obra en una oscura galería londinense. Tu nombre no aparecía por ningún lado, pero es que tú nunca firmabas tus cuadros. Resultaba petulante, dijiste. Un día fui a buscarte. Llamé al timbre, nadie respondió. La puerta de la casa estaba abierta y la del altillo que daba a tu estudio, también. Entré. Me extrañó el olor o más bien la ausencia de el. No olía a pintura, ni a disolvente, solo a rancio, a aire estancado. No había pinceles, ni lienzos, ni caballetes, ni bocetos, nada. Un viejo televisor, un sofá, periódicos tirados por el suelo... Al salir tropecé con tu mirada aterrada. Caminé sin rumbo durante horas. Te dejé atrás, muy atrás. Ya no eras nada.

viernes, 29 de febrero de 2008

Huida

El reloj de la estación marcaba las doce menos diez. Alonso estrujaba nervioso el billete mientras caminaba hacia el andén buscando el tren que le llevaría lejos de esa inmunda ciudad sin luz, sin amigos y que siempre le había tratado con hostil desdén, como si fuera invisible. Seguro que todo iría mejor en el lugar al que se dirigía, allí la gente sería más amable, tendría mejor trabajo, montones de amigos y sol todo el año. Tal vez incluso encontraría el amor. En los últimos años Alonso había cambiado de ciudad continuamente. Su equipaje era cada vez más ligero, se había ido desprendiendo de lastre en cada mudanza. Llegaba al nuevo lugar siempre ilusionado pensando que iba a encontrar su sitio. Trabajaba en cualquier cosa. Su sueño era ser escritor algún día pero al final la vida diaria le atrapaba. Los días se escapaban en un agitado ir y venir hacia ninguna parte. Trabajos banales, dinero escaso, hoteles baratos…Nunca encontraba el momento idóneo para ponerse a escribir. La carpeta en la que guardaba las hojas sueltas con historias a medio empezar viajaba siempre con él, cada vez más raída y polvorienta. En la barra de algún bar, tras el segundo güisqui, Alonso pegaba hebra con cualquier desconocido y le contaba los grandes planes que tenía. Iba a ser un escritor de éxito, viviría en una hermosa casa con jardín y chimenea, los más importantes agentes literarios se disputarían sus manuscritos. Eso sí, todo ello sucedería en la próxima ciudad, en un lugar mejor que este. Mañana mismo iría a comprar un pasaje.

jueves, 28 de febrero de 2008

La espectadora

Recuerdo el día en que vi a Martín por primera vez. Llovía y me había refugiado en un café. Tenía un libro a mano, como siempre. Es el parapeto tras el que me escondo para que no me miren como un bicho raro. Sola, siempre sola, vagando sin rumbo, mirando al mundo como algo ajeno del que no formo parte. Aquel día me había puesto el disfraz de mujer sofisticada, un poco años cuarenta con sombrerito ladeado, carmín muy rojo, cara pálida, falda tubo. Me gusta esconderme detrás de los objetos y el atuendo. Allí estaba yo en mi rinconcito, muy en mi papel. El entró, miró a través de mi, me ignoró. Qué diferencia con aquellos días en que los hombres me devoraban con sus ojos. Es hermoso, fuerte, vital, lo inunda todo con su sonrisa. La gente le rodea y dice su nombre constantemente como queriendo impregnarse de él. Martín, Martín, Martín. Es todo luz. Desde entonces voy frecuentemente a ese café, sólo por verle. No hago nada, no digo nada, sólo soy una espectadora que ve la vida pasar como un perfecto fantoche vacío.