martes, 30 de septiembre de 2008
Sueño
miércoles, 14 de mayo de 2008
Lana Turner
Darío hacía como si escuchara. Asentía de vez en cuando sin dejar de mirar a su amigo a los ojos. Pero su mente estaba en otro lugar. Pensaba en la mujer solitaria que venía de vez en cuando por el café. Siempre perfecta. Con ropa y maquillaje de otra época. Hizo una seña al camarero para que rellenara las copas de vino. Entonces la vio entrar. Parecía sacada de una película en blanco y negro. Ocupó una mesa al fondo del local, como solía hacer. Pidió café y abrió el libro. Era como si todos sus movimientos formaran parte de una escena '¿Qué pasa?' '¿Te gusta esa tía rara o qué?', dijo el amigo. Darío se sobresaltó y emitió un gruñido por respuesta. Dio un trago y continuó mirándola. 'Hay algo aterrador en ella', se escuchó decir. 'Está fuera de lugar y lo sabe'. 'Hace el esfuerzo de ponerse su disfraz y venir aquí a absorber un poco de vida'. 'El vino se te ha subido a la cabeza, eso seguro'. 'Tu y tus desvaríos', se burló Martín. Ella debió sentirse observada porque en ese momento se irguió y miró en la dirección de los dos hombres. La taza se tambaleó y un poco de café se derramó sobre una de las hojas de su libro. Martín dio un codazo a Darío '¡Ya está, la tienes en el bote!' Pero ella no le miraba a él, pensó, sino al simple de Martín, siempre sucedía así. Ella se fijó entonces en las manchas marrones que habían dañado la página 207. Intentó secarlas con una servilleta de papel. Pero sabía que no tenía remedio. Esa página ya no sería nunca perfecta. Martín bostezó ¡Vámonos de este antro, me aburro!' No les vio irse. Estaba concentrada en una frase que el café vertido había mancillado: 'If you leave', she said, 'I won't ask you back'.
miércoles, 26 de marzo de 2008
Mirada
La portera de la casa fue la última persona en ver a Rita. En su declaración a la policía, dijo que la había visto subirse a un taxi y que llevaba una maleta pequeña. Rita vivía sola en un ático en el centro de Madrid. En la misma calle tenía una tienda en la que vendía sus propios diseños. El negocio le iba bien. Contaba con una clientela fija que apreciaba el corte austero y elegante de sus prendas. Los clientes fueron los primeros en inquietarse al ver la tienda cerrada y sin ningún aviso. Rita no se había despedido de nadie. No tenía muchos amigos y mantenía una relación distante con su familia. Era una mujer atractiva, morena de ojos claros y unos pómulos que parecían esculpidos en su cara angulosa. En las investigaciones, la policía rastreó los movimientos bancarios de Rita. Comprobó que había comprado un billete de avión a un lugar con nombre impronunciable. Su familia no tenía explicación alguna para aquello. No sabían que tuviera espíritu aventurero. A ella, dijeron, le gustaba su vida cómoda y sin complicaciones. Pero Laura, su amiga más cercana, contó que Rita se había obsesionado últimamente con las noticias sobre la gente que llegaba cada día a las costas españolas en frágiles cayucos. Había pegado en la pared la foto de un chico que recortó del periódico. Estaba tumbado sobre una manta de Cruz Roja. Su mirada perdida, decía Rita, era lo más hermoso que había visto en su vida. El titular de la información decía algo así: El frío y la fuerte marejada no arredran a los sin papeles.
jueves, 6 de marzo de 2008
Dandy
Ayer te vi. Te reconocí a pesar de lo mucho que has cambiado. Caminabas aprisa con las manos en los bolsillos de tu gabardina, mirando al suelo para evitar el azote del viento y la lluvia en la cara. Estabas flaco y avejentado. Pero aún se percibía algo del dandy que fuiste en tu forma de caminar y en el atuendo descuidadamente estudiado. Todo eso pude observar en los segundos en que nos cruzamos en la Gran Vía. No te diste cuenta. Seguías tan ensimismado como siempre. Ya no eres nada para mí pero durante un tiempo fuiste el centro de mi vida. Recuerdo con nitidez el día que descubrí la gran patraña que eras. Nunca me habías permitido entrar en tu estudio donde pasabas las horas encerrado. Era tu templo decías. Yo me tragué todo aquello. Tu fama de artista maltratado, con una obra muy por delante de su tiempo. Tan orgullosa de ti cuando me llevaste a aquella exposición dedicada a tu obra en una oscura galería londinense. Tu nombre no aparecía por ningún lado, pero es que tú nunca firmabas tus cuadros. Resultaba petulante, dijiste. Un día fui a buscarte. Llamé al timbre, nadie respondió. La puerta de la casa estaba abierta y la del altillo que daba a tu estudio, también. Entré. Me extrañó el olor o más bien la ausencia de el. No olía a pintura, ni a disolvente, solo a rancio, a aire estancado. No había pinceles, ni lienzos, ni caballetes, ni bocetos, nada. Un viejo televisor, un sofá, periódicos tirados por el suelo... Al salir tropecé con tu mirada aterrada. Caminé sin rumbo durante horas. Te dejé atrás, muy atrás. Ya no eras nada.
viernes, 29 de febrero de 2008
Huida
El reloj de la estación marcaba las doce menos diez. Alonso estrujaba nervioso el billete mientras caminaba hacia el andén buscando el tren que le llevaría lejos de esa inmunda ciudad sin luz, sin amigos y que siempre le había tratado con hostil desdén, como si fuera invisible. Seguro que todo iría mejor en el lugar al que se dirigía, allí la gente sería más amable, tendría mejor trabajo, montones de amigos y sol todo el año. Tal vez incl
jueves, 28 de febrero de 2008
La espectadora
Recuerdo el día en que vi a Martín por primera vez. Llovía y me había refugiado en un café. Tenía un libro a mano, como siempre. Es el parapeto tras el que me escondo para que no me miren como un bicho raro. Sola, siempre sola, vagando sin rumbo, mirando al mundo como algo ajeno del que no formo parte. Aquel día me había puesto el disfraz de mujer sofisticada, un poco años cuarenta con sombrerito ladeado, carmín muy rojo, cara pálida, falda tubo. Me gusta esconderme detrás de los objetos y el atuendo. Allí estaba yo en mi rinconcito, muy en mi papel. El entró, miró a través de mi, me ignoró.